La calma me obliga a mirar al cielo,
hace un instante el chirriar ininteligible
de cuatro aves negras,
me parecía delicioso,
ya ha muerto,
pero lo invento de nuevo.
Aún me da tregua la Poesía,
sabedora de todo en la nada.
La ciudad palidece,
se conforman los tenues reflejos del día,
que caen lentamente
en el perfil del poema.
Pronto romperá la luna,
como un suspiro en el nudo
del intervalo.
Resistirse al instante,
es crucificarse en los dientes
del tiempo.
Hay que asirse al muerdo
de su boca,
hasta que el minuto nos arranque
la vida.

Consuelo Jiménez